martes, 30 de abril de 2013

Día del Idioma o del hedioma por Andrés Hurtado García


Andrés Hurtado García

El castellano entre la juventud de las grandes ciudades y de otras no tan grandes se ha convertido en Colombia en la repetición machacona de dos palabras.



¿Día del qué? ¿Del idioma? ¿O día del occiso? Porque al paso que vamos el idioma marcha a un cementerio. También hay cementerios de idiomas. Sí, los idiomas evolucionan, aceptan neologismos; lo sé muy bien, pues fue eso lo que estudié. Pero reducir el idioma, la conversación diaria a tres o cuatro palabras, especialmente si son insultos, se constituye en lento “idiomicidio”.

Hice mi doctorado en Literatura en la Universidad Complutense de Madrid, la grande de España, y sacaba pecho entre los estudiantes españoles e hispanoamericanos cuando los catedráticos decían, y lo dijeron muchas veces, que el mejor castellano del mundo se habla en Colombia. Y era verdad. Pero ahora habría que repetir el verso de Eduardo Carranza: “Ah, tristemente os aseguro, tanta belleza fue verdad”.
El castellano entre la juventud de las grandes ciudades y de otras no tan grandes se ha convertido en Colombia en la repetición machacona de dos palabras: ‘marica’ y ‘güevón’, vomitadas por lo menos 15 veces por minuto. Algo así: “Marica, en el colegio el güevón del profe pone muchas tareas, marica, como si no tuviéramos que hacer más cosas, güevón; el cucho marica ese no sabe que tenemos que oír música, güevón, y que hay que ir a cine con la pelada, marica. ¿Sí o no, güevón?”. Y eso cuando no se añaden bellezas del idioma como la palabra gonorrea. “¿Sí o no, gonorrea, que el cucho marica cree que no tenemos que hacer en la vida otra cosa que estudiar, güevón?”.
Y así hablan ya niños de primaria, por supuesto los adolescentes y universitarios y muchos adultos jóvenes y… qué tristeza, el otro día oí una conversación de tres profesores de universidad, cuarentones ellos, y hablaban exactamente igual. De su sapiente y doctoral boca salían disparados ‘maricas’ y ‘güevones’ a increíble velocidad.
Entonces vienen como anillo al dedo las anécdotas de dos rectores de colegio, civil el uno, madre superiora la otra. El primero entró al salón y comenzó a tomar lista así: marica 1, marica 2, marica 3, marica 4 y así sucesivamente, hasta marica 30, porque en el salón eran 30 los (maricas) alumnos. Uno de los alumnos, indignado, exigió respeto al ‘profe’, quien le contestó: “No, joven, no soy yo el que los llamo así; son ustedes que en vez del nombre se dicen continuamente los unos a los otros ‘marica venga’, ‘marica vaya’, ‘marica présteme el celular’ ”. Y la religiosa, que al grupo de alumnas les preguntó por qué sus padres tenían tan poca creatividad e imaginación y les habían puesto a todas el mismo nombre. “¿Cuál?”, dijo una alumna, indignada. “Marica –les respondió la inteligente religiosa–. Yo oigo que todas ustedes se llaman constantemente ‘marica’. Marica López, Marica Pérez, Marica Rodríguez, etc.”. De esta manera, no sé ya si es el día del idioma, del idiota o del hedioma; porque esa manera de hablar huele feo.
Me muero de la pena, como dicen las señoras, pero los periodistas radiales maltratan de manera horrible el idioma y como este es un país que vive pegado del aparato, sobre todo en ciertos ambientes sociales, los profesionales de la información hacen mucho daño al idioma porque la gente los imita. Ya sé que algunos de estos periodistas, muchos de los cuales son amigos míos, se van a malquistar o enfurecer, depende del término que quieran utilizar. Llevo muchos años recopilando con nombre propio, hora y programa, los errores que cometen. Allí caen los grandes y famosos hombres de la radio también. Pero, ¿cómo lograremos que se corrijan cuando ‘espetan’ el horrible ‘que galicado’, si muchísimos no saben siquiera qué es el ‘que galicado’. Hagan los lectores el ensayo con algún periodista conocido y dispárenle a quemarropa la pregunta. Se acabó el espacio. Volveré sobre el tema, porque da para largo.
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